Desde el vagón de un tren deteriorado,
con esa extraña sensación de la partidaa través de mi ventanilla algo opacada
percibí el enorme Reloj que vigila las salidas y llegadas
de viajes que a veces no tienen ni rumbo ni destino...
con su cuerpo de chapa oxidada, descuidado
y balanceándose al compás del fuerte viento del sur...
Pero había algo peculiar en tu estructura que de inmediato me sedujo...
No tenías manecillas...
Sin saberlo ese ignorado reloj había logrado disolver el tiempo
en algún instante imposible de precisar...
Logró el milagro de ser, sin ser..
Al verlo comprendí también,
que el Duende que quizá robó sus manos
fue el mismo que se apropió de aquellos años míos...
tan felices, tan lejanos.
Era el mismo que, de niño, miraba azorado,
con la ternura e inocencia tan bella
en la antigua estación de trenes de Bahia Blanca...
Allí donde el aire era puro, la brisa fresca
y la felicidad mi compañía permanente.
Quizá que extraño designio deshizo tus manos...
Para tí ya no hay tiempo, solo presente..
Olvidaste la angustía de las horas que pasan
inexorables y ausentes..,
Comprendí entonces tu sabiduría y copie tu ejemplo
y, desde el enturbiado cristal que nos separaba,
medité: Viejo reloj, somos hermanos,
y el mismo que nos otorgó el tiempo transcurrido...
hoy, sin pudor alguno se lo ha llevado...
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Rodolfo (de un viaje a Bahia Blanca)