
Dicen que nunca había nacido, que tenía ojeras eternas marcadas de violeta, figura longuilínea, mirada profunda, intensa, fria...
Aparecía esporàdica y fugazmente por el pueblo, todos lo conocían y nadie lo había visto siquiera pasar...
Pero entre los mozuelos pueblerinos se contaba que el misterioso ser solìa merodear en las noches sin luna, despuès de un aguacero.
Su sombra era de luz y su sonrisa de hielo...
Los ojos asombrosamente negros penetraban en el alma...
Una madrugada, chapoteando entre el barro y los adoquines de la calle central, cerca de los fondos de la pequeña Capilla, que aguardaba en reposo, el dominical encuentro de los fieles, un ebrio habitual de extramuros, transitaba su romance de alcohol buscando el equilibrio distante que le traería el sol del mediodía.
Llovía copiosamente...
Penosamente buscó refugio bajo uno de los árboles centenarios que poblaban la plaza, y cuyas ramas arqueadas, al mecerse azotadas por el viento, provocaban murmullos inquietantes.
De pronto, una brisa intensamente fria, le perforò la espalda.
Curiosamente dejò de tambalear y se paralizò su danza de etilo, en tanto sus pupilas dilatadas acompañaban la enormidad de su asombro.
Allí, frente a él, estaba el misterioso ser de los relatos...
-Quién eres?...
Por favor dime, quién eres?
Un silencio absoluto fue la respuesta del espectral ser .
Desesperado y enceguecido por la negra intensidad de esa mirada, intentó evadirse de la bruma grisasea que rodeaba su cuerpo...
En su loca carrera trastabillò, y al caer pudo ver al ser, que al tiempo que con voz de ultratumba decía: misión cumplida, se desdibujaba y perdía en la tenebrosa soledad de la plaza.
Con las primeras luces del alba, el Sacristàn de la Capilla, luego de dar el primer toque de campanas, pasado el temporal, iniciò su habitual caminata mañanera, y a poco de emprendida, encontró un cuerpo que yacia exánime en un surco de barro, con los ojos desorbitados y una mueca indescifrable de terror ...
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Rodolfo 10-06